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domingo, 29 de mayo de 2016

XX. Carta Nº 1.

Carta Nº 1:

17 de septiembre de 1974, Moscú, Rusia.

Las noches nos envuelven bajo el manto de esta inmensa ciudad. Nos miramos sabiendo que lo prohibido nos acogerá en su seno para llevarnos a aquello que pocos, muy pocos, aceptarán.

Caen copos sobre la acera. Corren niños con sus trineos para lanzarse desde las diminutas montañas formadas por la nieve. Pobres, nunca sabrán la verdad. Mirarán al futuro y asentirán, aceptando el plan, sumisos a su voluntad. Pero nosotros no, cariño; oh, no. Nosotros siempre supimos ver. 

La sociedad se ha impuesto bajo sus leyes morales: alejarse de aquello que resulte nuevo y extraño, aferrarse a lo ilógico y morir por mentiras. No hay preguntas que responder ni cambios por los que luchar; las guerras han dejado de tener un fin más que el de matar; el amor, que nació como remedio ante la barbarie que nos ha tocado vivir, ya no es más que el tener hijos para que ellos hagan pervivir este mundo.

Pero nosotros, no; nunca seremos así. Ambos sabemos lo que ocurrirá si decidimos dar el paso. Pero, mi amor, por ti me mancharía las botas andando, las manos en nuestras guerras y el corazón bajo las mantas para llegar a nuestro fin, juntos. Siempre juntos. Recuérdalo cariño. Pues, aunque nos separen, aunque muramos por amarnos, podremos decir: fuimos felices, y lo seremos incluso después de muertos, pues la felicidad la alcancé en tus brazos rodeándome, en tus ojos fundiéndose con tu risa en mi retina; la felicidad -y lo gritaré bien alto para que puedan oírme- la encontré junto a otro hombre. Y nunca nada me ha enorgullecido tanto.

Te quiere,
tu amado.

(Aunque nunca sepas de estas cartas, amor mío.)


jueves, 19 de mayo de 2016

XIX. Garabatazos (2/2).

Descrito el dolor desde el que nos alimentamos, 
busco el sombrero donde antes me escondía.

Oigo los gritos de la noche en vela,
miles de luces clamando a tus labios.
Dicen que quiero pero no a quién,
y digo: sólo en mi cuerpo me he encontrado bien.

Paseé durante meses andando entre penumbras,
dibujando elipses en mi alma mustia,
pensando que la felicidad la encontraría en otra mente
cuando de frente tenía la mía.

Vaiven de respuestas en mi cabeza,
cuando encuentro el camino se abren bifurcaciones.
No sé el qué, no sé el cuándo; el por qué lo tuve frente a tus labios.
¿La razón de vivir? Aún la sigo buscando.

Creí en la literatura como forma de vida,
de muerte, de puente, de paso; como amiga.
Pero siento su pérdida en mí,
aunque aún consiga alinear un par de palabras.

La poesía se adueñó de mi alma
dejándome seco de arriba a abajo.
Ahora ya no sé qué hacer.
Me encuentro andando por un mundo que he de comprender.

Pero no lo hago. Soy complicado. Me complico
en un mundo que se me ha atrancado,
pensando que puedo cambiarlo todo; encontrar
el camino de vuelta, ¿pero de vuelta a dónde?

Y me autoimpongo ser feliz sin querer serlo,
vivir en una sociedad donde solo quieren verme muerto.
Me advirtieron que esto un día pasaría:
saldría del molde y no me entendería.

Porque no me entiendo, ¿me entiendes?
Ni mi propia mente puedo comprender.
La vida me miente.
Y lo que el corazón siente no sé si creer.

sábado, 30 de abril de 2016

XVIII. Día a día.

El sol está cayendo en esta parte del planeta. Han sido cuarenta o cincuenta canciones las que han pasado desde que los rayos de luz entraban por mi ventana. He visto cómo se creaban claroscuros en los tejados de mis vecinos, he visto la luz difusa reflejarse sobre mis libros, como si pasase por un filtro. He visto a los pájaros cantar y he oído al viento huir –ambos ya se han escondido–. Durante este tiempo, he odiado mis palabras, las he amado; he olvidado su poder y lo he recogido del suelo. He visto versos entre los toldos, las persianas, sillas, tendederos, mesitas del café, cortinas, muchas cortinas; entre las luces, los paseos de un lugar a otro de la casa, en la degradación de los colores del cielo dependiendo de la hora, en la música del silencio y los aullidos de los niños subidos en patinetes. Creo recordar que vosotros a todo esto, a estas palabras, las llamáis Poesía.

Y os entiendo. Claro que os entiendo: todas llevan su nombre. Entre cada espacio, guión, coma, tilde, punto, letra y punto y coma puedo encontrar una pequeña parte de ti. Una ínfima parte que yo he conocido y que he escondido ahí para cuando decida buscarte.

Hoy he venido he venido a buscarte porque sé que eres la única que puede encontrarme. La que, entre tanto caos, podrá ver mi alma. La que sabe dónde está la respuesta, si la pregunta es un problema. La que se ha querido matar pero nunca querría verme muerto. La que no confía en sí misma porque eso sería rendirse ante ella, ante todos; y eso nunca lo haría. No aceptaría que de verdad vale algo porque eso significaría que tenemos razón, que está aquí por algún motivo. Y no. Piensa que no.

Ya es de noche. Donde tú estés también lo será.
(Aunque por dentro brilles.)
Sé que un día nos buscaremos.
En realidad, no tengo ni idea.
Pero espero que lo hagamos,
recorramos el mundo el uno por el otro,
sin necesidad de necesitarnos,
sólo para sonreírnos,
quizá tomar un café,
conocer la ciudad en la que el otro esté.
Estaré bien atento;
no me perderé ningún monumento
(el de tu cuerpo).
Ambos sabemos que no queremos
que vuelva invierno.
porque entendemos que el frío
nunca nos hará eternos
(Al menos, no juntos).

Así que, atravesemos tormentas
de huracanes.
Movámonos por todos los mares.
Antes de encontrarnos.
Cambiemos el mundo.
No esperemos un segundo.

Nos veremos, lo sabes;
aún no sé dónde.
¿En qué parte
de la historia todo es feliz?
(Nosotros)
Y, aunque el futuro es una incógnita,
espero que todo ocurra
junto a ti.

lunes, 25 de abril de 2016

XVII. Garabatos (1/2)

He escrito quinientas veces que desaparecía mi corazón si tú te marchabas, que dejaría de ser yo si tu presencia se desvanecía, recreándome bajo una imagen que implicaba tu ser dentro del mío. Me he visto sin vida si tú no estabas en ella. No había futuro. Dije que eras mía y que era tuyo, cada partícula de mi ser, cada sentimiento que mi interior albergaba. 

Tuve que perderme como persona para darme cuenta de que siempre estuve equivocado.

Estuve equivocado cuando propuse como mi sueño ser el mejor escritor del mundo, y lo asumí. Asumí mis errores: ese intento de superioridad que nació del sentimiento de inferioridad que albergo dentro de mí, que desapareció -es hasta gracioso- con un poco de amor propio. Y lo tuve. Pasé años sin querer mirarme a espejos por el qué dirán aunque el único que podía decir algo era yo, y ni siquiera mi opinión era válida. 

Soy lo que soy y eso es algo que no puedo evitar, contra lo que no puedo luchar. Pero me cegué de tantas maneras que la oscuridad me hizo dar pasos en falso. Y, aunque suene difícil de creer, eso me llevó hasta ti.

Buscaba una persona hacia la que sentir amor. O una clase de sentimiento cercano al amor pero que en realidad no era más que una mentira; es decir, buscaba a alguien cuya autoestima fuese más baja, incluso, que la mía para sentir que por mucho que ocurriesen desgracias nunca se marcharía porque me necesitaría demasiado. 

(Ay, necesitar. Qué palabra más estúpida. No necesitamos más que cumplir nuestras funciones vitales. Lo demás no es necesario, aunque tampoco secundario.)

Así que, nos prometimos un amor eterno que no era más que una farsa. Y lo siento, porque en parte fue mi culpa, aunque creo que tú también te parecías un poco a mí.

Nunca fuimos el uno del otro. Siempre libres. Siempre equívocos.

Algo que no consideré y que sí que podía ocurrir, era que te marchases. Te vi tan frágil, sugestionable; tan parecida a mí que no vi razones para pensar que dejaríamos de estar solos. Pero desapareciste de mi vida, y debo darte las gracias. Me abriste una manera nueva de ver el mundo, de verme a mí.

Ya no siento pena por mí mismo, y ya no deriva esa pena en un intento imposible de convertirme en el mejor en algo aun habiendo un número incontable de personas en este planeta que podrían superarme. Seguro que hay alguien mejor que yo. Seguro que muchos lo son. Pero eso da igual. Ya no busco alcanzarles, busco encontrar la mejor versión de mí mismo. Esa versión donde el Yo no implique emociones y sentimientos negativos. 

Y creo que ya casi la tengo. Casi. 

Casi puedo ver. Casi, llamémoslo, algo de luz.



No sé. Tenía que contar esta historia. Quizá la leas. Quizá no. Sabes perfectamente que va dirigida a ti, aunque no, no es para ti. Es para mí. Siempre pensé en escribir a los demás para hacerles sentir bien. Ahora quiero hacerme sentir bien. Ya me tocaba. 

Por lo demás, no soy un nuevo Álvaro, o quizá sí. Simplemente ahora tengo los ojos un pelín más abiertos y me cuestiono las cosas. Y hay demasiadas cosas que cuestionarse. Quizá os cuente mis reflexiones. Quizá, no.

En cualquier caso, seas quien seas, leas desde donde leas: gracias por haber entrado. 
Algo que me sigue sorprendiendo es que haya gente que se pare a abrir esto.

Es bonito.
¿No crees?

miércoles, 30 de marzo de 2016

XVI. Calle.

No somos calle porque tenemos un techo
y eso, a veces, no todos pueden decirlo.
Vivirlo, ¿el qué? El dolor, no lo queremos.
El frío, ¿cómo? Junto a un cartón, lo tememos.

La sociedad te entrena para bajar la mirada, ya sea con odio o con tristeza, a los que viven en la calle. Te enseña que no son personas, aunque sí lo sean. Aunque necesiten una ducha, un poco de comida y, quién sabe, quizá una oportunidad. Pero nadie se la da. Todos miramos el suelo al pasar cerca de ellos, esperando no escuchar lo que siempre oímos: "Algo de dinero, por favor. Tengo tres hijos y no puedo alimentarlos. Me da igual morirme de hambre pero no deje que ellos lo hagan, por favor." En ese momento sólo tienes que bajar un poquito más la cabeza y andar tres pasos más rápido de lo normal, para que el corazón no te duela de más.

¿Eres ser humano y te logras escusar
en una mentira que únicamente provoca mal?
¿No te duele el alma cuando aceleras el paso al pasar
al lado de ese mendigo que sólo quiere una brizna de pan?

Aún hay personas que se giran ofendidas si oyen al mendigo murmurar, hablar para sus adentros porque no tiene a nadie con quien desahogarse. Imagino que la mayoría de ellos se estarán ahogados. Bañándose en su propia mierda de pensamientos sin poder soltar siquiera una sola palabra a una sola persona que quiera oírla, porque esa persona que busca no existe. No existe porque nadie se fija en esos ojos que piden clemencia, en la sed de sus labios, en la ausencia de sueños, en el rugido que avalancha toda la avenida y que proviene de su estómago. Nadie se fija. O todos fijen no fijarse. 

La acción hipócrita que nos mueve no se esconde,
vivo entre el bien que me viene 
y el bien que te va. Y quiero ambos.
¿Qué más me das si soy yo el que mando?

No somos calle porque la calle duele y a nosotros entre cuatro paredes el frío no nos llueve. Así que es mejor que calle si hablar quiere. Y si usted piensa criticar, le pido que lea. 

Si aún se siente con fuerzas de salir ahí fuera, no agache la cabeza si se encuentra con un mendigo. Mírele fijamente a los ojos y dese cuenta de su dolor. Y aquí lanzo una pregunta:

¿Si fueras tú el mendigo te harías lo mismo?

sábado, 12 de marzo de 2016

XV. No sé de guerras, pero sí de vendas. Y nosotros llevamos una.

Me da miedo pensar que estemos de nuevo en el mismo punto que hace tanto creímos abandonar. Que hayamos vuelto atrás cuando, por fin, habíamos dado un paso adelante –y no tenemos pinta de querer coger impulso, sino de habernos caído–.

La Humanidad ha vivido tantas catástrofes que su primer pensamiento es olvidarlas cuando todo va mejorando. Pensamos por un momento que todo ha de salir bien porque estamos en el buen camino, pero lo bueno puede torcerse en cualquier momento. Y nosotros nos vendamos los ojos, nos torcemos, nos damos la vuelta y vamos con cara alegre hacia nuestro final; joder, sonriendo.

No hace tantos años, un hombre mató a otros por ser algo que a él no le gustaba. Otro, sin ir más lejos, desterró y mató a todo aquél que no siguiese su pensamiento y su mandato. Y ahora, como seres humanos inteligentes que somos, los repudiamos. Sentimos asco por sus actos. Es algo lógico hacerlo, ¿no? Pero, aun conociendo los errores del pasado, ignoramos los actuales o no los queremos admitir.

Nosotros, que amamos al prójimo, nos da miedo que aquellos que solicitan ayuda entre gritos atraviesen nuestras fronteras. Porque pensamos que son salvajes, pero ¿cuánto de civilizado nos queda si nos alejamos del que sufre por comodidad?

Nosotros, que creemos en el amor, aquel amor fuerte, invencible, eterno, que toda persona querría, odiamos a los que se aman diferente. A los que se besan siendo iguales. Y yo os digo, ¿en qué posición nos deja eso, si actuando así no somos mejores que el hombre que mató a toda esa gente porque no eran como él quería que fuesen?

Nosotros, que querríamos comida si nos muriésemos de hambre, que querríamos libertad si intentaran quitárnosla, no deberíamos hacernos los ciegos ni los mudos. Aún podemos hablar, chillar, incluso, si queremos.

Porque sí, lo sé: nos hemos caído. Pero lo que diferencia esta caída de cualquier otra es que de ésta sí que sabemos que nos podemos levantar. Y espero, por nuestro bien, que lo hagamos. 

sábado, 12 de diciembre de 2015

XIV. Éxtasis.

Sueño con pasear mis dedos por tu tripa. Que con los ojos cerrados puedas notar algún que otro beso. Y despacito te muerdas el labio. Tan, tan despacio…


Te he visto de tantas formas, con tantos nombres, desde tantas perspectivas que creo que te conozco en todas las personas. Sé que eres La chica del bus con capucha que nunca me mira y siempre va con la cabeza agachada. Te recuerdo preciosa, con el pelo rizado, con esos ojitos y un cigarro cuando me viste pasar por una calle de Malasaña. Te descubrí mientras mirabas vinilos callejeando por Callao, aunque sé que no tienes tocadiscos –porque lo sé–. Y tu mirabas, nerviosa, algún single de Dylan que pudieses llevarte a casa aquella tarde. Quizá este instante, cariño, no lo recuerdes porque nunca me viste; estabas demasiado ocupada mirando al horizonte e imaginándote a un paso de él, tan cerca… tan lejos. La playa estaba vacía, ¿lo recuerdas?, las olas mecían despacio tus pies con el roce y tú pensabas que la música que te daba la naturaleza era lo mejor que podías escuchar en ese momento.

Pero aún no habías oído cómo susurro.

Y tras todo lo ocurrido, tras años y vidas me decidí a hablarte. En ese momento llevaba el mismo cuerpo con el que ahora visto. Fue en un Londres lluvioso, en Picadilly. Sonreí a tus pecas y las definí como una lluvia de estrellas sobre su universo. Te reíste. Y a lo largo de aquel día conté veintisiete risas antes de posar mis manos sobre tus piernas, de arrancarte el jersey que me dijiste que te había regalado tu madre, de despertarme en otro mundo sin haberme muerto.

Y a cambio te llevaste mi corazón.

Así que, me decidí a reencontrarte en otras personas, en otros momentos. Te busqué en la tienda de vinilos que se había convertido en nada si tú no entrabas. Te busqué en Malasaña, imaginando que me esperarías junto a la pared en la que te vi para regalarme la muerte de ese cigarro y, con un poco de suerte, un beso. Te busqué entre la melancolía de todas las personas que tenían algo que esconder. Pero tú no escondías algo, escondías a alguien: a ti.

Vacío de esperanza te busqué, lo juro, en nuestra playa. Excavé en la arena por si estabas debajo. Buceé esperando encontrarme con tus piernas. Deambulé deseando chocarme contigo.

Y sólo me queda decir: Sueño con pasear mis dedos por tu tripa. Que con los ojos cerrados puedas notar algún que otro beso. Y despacito te muerdas el labio. Tan, tan despacio…

Quizá acabe muerto. Quizá sea feliz. Yo no lo sé, lo admito. No creo que sepa siquiera saber cuándo lo seré en el momento en el que lo sea.

Pero que le jodan; vuelve.

Pienso hacerte sentir cosas que la puta felicidad, en la vida.